desde el 30/07/2020 hasta el 23/08/2020

El ojo olímpico
Adrián Mena

Pintar es:
Pintar es no tener idea ninguna. Pintar es estarse quietecito un rato. Pintar es ver la historia del mundo en una piedra. Pintar es cocer patatas y fregar platos. Pintar es no decir: ¿Qué has hecho? ¿Qué haces? ¿Qué vas a hacer? Pintar es no hacer caso. Pintar es Buh! Buh! Buh! Y Bah! Bah! Bah! Y tralarí y tralará. Pintar es conducir de noche con las luces apagadas. Pintar es un insecto zapatero en el río. Pintar es estar callado. Pintar es lo que tú digas ¿no te jode? Pintar es convertirse en el idiota de la familia en un país de cobardes, acomplejados y camareros. Pintar es aprender sin preguntar. Pintar seguro que tenía una explicación pero no la necesitamos. Pintar es mezclar churras con merinas. Pintar es diferenciar el rostro de la cara. Pintar es alegrarse mucho por una tontería y cagarse en todo por otra de igual importancia. Pintar es apagar la radio mental con su matraca o ponerla a toda ostia. Pintar es hurgase y remover la mierda de dentro. Pintar es darse un paseo con el ojo olímpico. Pintar es parar a tiempo. Pintar es no saber que se está pintando. Pintar es siempre un paisaje y a la vez un autorretrato. Pintar te pone en tu sitio y a todos los sitios en ti. Pintar es una mala novia. Pintar es ¡putas campanas! Pintar es recordar sin hacer memoria. Pintar es reírse de los demás pintores. Pintar es absolutamente innecesario e inútil. Pintar es presenciar milagros. Pintar es constatar que, efectivamente, no sabe uno nada. Pintar es dejar el pito tranquilo. Pintar es no estar solo.

 

 


 

Nací el mismo día que Goya, Van Gogh y Sergio Ramos; mi madre, Inés, me enseñó a jugar al escondite. Mi primer amigo era ciego, creo que se llamaba igual que mi padre, Ezequiel. Imaginaba que estaba ciego porque le habían echado arena en los ojos, las veces que estaba con él siempre me tocaba la cara y temía que me arrancara los ojos. Mi primera amiga fue una monja que se llamaba María Dolores. Todo esto pasó antes de tener la boca llena de tierra. En los recreos nos dedicábamos a coger saltamontes y los guardábamos en las bolsas de gusanitos que íbamos encontrando por el patio. Una vez a uno de mis amigos se le escaparon dentro de la clase y todos empezaron a gritar y formar escándalo. Cuando esto pasó el resto de amigos, más por boicotear la clase que por solidaridad, soltaron también sus saltamontes. Todos abrieron sus bolsas, pero yo los mantuve guardados en mi bolsillo, apretando con fuerza la boca de la bolsa. Cuando salí del colegio fui directo a la cochera donde mi padre tenía un perdigón enjaulado al que siempre le daba los saltamontes, pero ese día no se los comió y pasé toda la tarde frente a él, observando su completa y total indiferencia hacia los insectos. Viendo cómo se paseaba de un lado a otro de la jaula recuerdo que pensé: Todas las otras veces que le he ofrecido saltamontes estos estaban vivos y hoy apreté demasiado la bolsa, matándolos, por eso es que no los quiere.

 

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