desde el 29/04/2023 hasta el 17/09/2023

UN TROZO DE BARRO PARA UN JARDÍN ESCONDIDO
Manolo Mesa

 

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Un trozo de barro para un jardín escondido.
Apuntes sobre la necesidad de tener entrenada la mirada.
Apuntes sobre una pintura que inmortaliza restos de momentos fugaces. Apuntes sobre Manolo Mesa.

 

El Jardín escondido se ubica bajo la cruz en el mapa. El primero de los tres puntos en un recorrido que iniciamos por un plano intangible. El hecho de habitar este jardín ya es una conquista, el jardín es un tesoro oculto que pasa desapercibido a la vista de todos. Una guarida, espacio de libertad y de experimentación. Un laboratorio propio escondido en la inmensidad de una rutina absorbente. Es el resultado de una consecución de derivas entendiendo la deriva como una manera de hacer, de buscar y de encontrar. La idea del detournement está presente, tanto en lo físico como en el trabajo pictórico de Manolo Mesa. Un recorrido situacionista, una manera de andar, de recorrer y descubrir otros caminos que no son los oficiales, los comunes o los marcados. Salir de la guía y huir de lonely planet para encontrar lo que no existe porque ya nadie ve, nadie visita o a nadie interesa. Se recorre sin un objetivo claro y sin una ubicación de destino, solo por la necesidad de entrenar la mirada. Se recorren los lugares, calles, pueblos, carreteras y extrarradios igual que se recorren los mapas, los edificios y las imágenes con esa mirada. Se ocupan, se habitan, se viven y se continúa... hasta que algo sucede. Encontrar un jardín escondido es el resultado de un trabajo y de una investigación. La magia no sucede, se trabaja.

        Un jardín puede ser un espacio de recreo, de encuentro, un espacio de socialización, pero también puede ser un laboratorio de creación, un puesto de trabajo, un lugar para contar historias. El proyecto site-specific es aquel que estudia el lugar, lo analiza, investiga sus capas sociales, sus particularidades físicas, materiales y después todos esos elementos se convierten en la base para la construcción del proyecto artístico. Esta manera de trabajar es una forma de producir desde el interés por la memoria y el valor de la historia. En este caso, nuestro jardín escondido está más cercano a la memoria común, plural y social que a la idea de relato hegemónico. Más cercano a la vida de las personas convencionales que a los grandes héroes de la historia oficial. Se ha decidido trabajar en un jardín escondido... no en la plaza mayor que sirve de escenario para grandes eventos institucionales o de promoción alrededor de algún monumento ecuestre que nadie recuerda el motivo de su colocación. La propuesta no tiene la necesidad de ser un eslabón dentro de una cadena de valor propagandística, publicitaria o estratégica para un nuevo modelo de ciudad. Nuestra deriva situacionista nos ha llevado a un contexto cargado de valor social que ha aguantado la destrucción de las excavadoras por una suerte del destino, una falla en alguna normativa o por una ubicación aún sin afectar.

        El jardín, lejos del jardín francés dominado por sus líneas rectas y la dirección de la geometría, es un jardín reconvertido en lugar de estudio. Lejos del jardín inglés en el que lo arbitrario y lo rudo de la naturaleza es un artefacto controlado para generar una falsa sensación de pureza, es un jardín de recuerdos, vivido y amable con el habitante. Lejos de ser un jardín japonés, que contempla largos tiempos de desarrollo desde su origen, es un jardín temporal, para ser habitado cuando sea necesario. Un jardín que, cuando es vivido, es cómplice de la creación del proyecto. Un lugar donde debatir con las ideas, con la manera de hacer y una manera de contar. Recorrer el jardín para estudiarlo de una manera física es tan importante como recorrer el jardín para conocer su historia y su desarrollo. En esa investigación aparecerá nuestro segundo punto en el mapa: un brillo del pasado enterrado en el suelo.

 

        “Un monumento no intencionado” es un objeto que tiene la capacidad de trasladar información del pasado al presente y hacia el futuro. Alois Riegl, en su texto “Culto moderno a los monumentos” categoriza esta posibilidad de monumento no intencionado frente al monumento común creado específicamente con tal fin. Un monumento no intencionado no es un objeto que en su finalidad primaria quisiera trasladar un valor histórico o un suceso concreto hacia el futuro; un monumento no intencionado es un objeto que viene del pasado al que leemos y analizamos con la finalidad de exprimir sus datos. Es un objeto al que le otorgamos el valor de ser un vehículo contador de información y de historias. Es un elemento, un resto, un detalle que nos cuenta maneras de producir, maneras de hacer, maneras de vivir... cómo se hacían las cosas en una época o en una zona determinada, con qué tecnología, función, sentido, qué gusto estético, materia prima... un valor vinculado a la necesidad, al mecanismo, a la constancia o a la cotidianidad de hacer las cosas... un monumento no intencionado es algo que nos puede hablar de un momento pasado de alguna manera, pero para eso, hace falta saber ver el valor de un trozo de barro resquicio de un jarrón roto y monumentalizarlo.

        La mirada entrenada de Manolo Mesa, mientras investiga y desarrolla derivas por el lugar específico, podrá detectar unos restos de algo oculto o enterrado. Pedacitos de un objeto hecho añicos por la historia, que se nos presentan prácticamente como basura, mientras que, atravesados por una forma de hacer experimentada, se detecta su potencial y su valor. Un tesoro del pasado que intervenido por el hacer de la práctica artística se codifica en testigo de un tiempo, elemento de forma y protagonista de una escena actual. Pedacitos de barro desenterrados que sirven para ser modelos de formas, ejercicios de reconstrucción, suma de significados y finalmente, creadores de una nueva imagen cargada de historia.

        Una suma de restos cerámicos, de lo que pudo ser un jarrón, una jarra, un elemento funcional o decorativo, son a su vez testigos de una forma de relacionarse socialmente en el hogar, en la cotidianidad de un tiempo que ha pasado y del que se comunican los grandes relatos, pero se obvian las historias personales. Unos restos de cerámica que plantean un ejercicio de reconstrucción como forma de mirar atrás a través de una pintura de historia que huye del protagonismo individual o exitoso, del retrato o de un costumbrismo común, para poner en valor a través del ejercicio de la imagen y lo pictórico, los restos de lo que ya en su cotidianidad estaba en un segundo plano.
 
        El tercer punto de nuestro recorrido es la mirada de Manolo Mesa. Una mirada que dialoga con una forma de ver y de pintar. Monumentalizar pequeños detalles de la rutina como forma de dignificar lo anónimo, lo común y lo normalizado. Monumentalizar a través de la pintura por dar valor a los pequeños gestos y detalles más que por ejecutarlos en gran tamaño. Grandes motivos, no (solo) motivos grandes. El trabajo de Mesa se centra en el valor simbólico de los elementos presentados. Una investigación que le lleva a buscar esos modelos (rebuscar en antiguas fábricas, desenterrar restos en jardines secretos o pedir estos objetos a los vecinos del lugar donde va a trabajar), además de llevarle al desarrollo de sus propias producciones en barro. Tornear y dar forma convirtiendo el barro en objetos cerámicos que después sirven de modelos. Construir la imagen desde el inicio. Un ejercicio que acuña y potencia una investigación acerca de las posibilidades de representación simbólica de objetos cerámicos como monumentos no intencionados , asociado a una forma de vida de un grupo de la sociedad sin pretensiones. Mientras que sus jarras, jarrones, restos cerámicos, etc, son motivos comunes en el ámbito de la pintura del bodegón, la búsqueda de estos proyectos se relaciona más con la pintura de historia. Una forma de hablar de la historia desde el material encontrado como conclusión de una deriva formal, física y también pictórica.
        El barro y sus producciones (botijos, jarras, cuencos, utensilios...), han sido elementos tan esenciales en el desarrollo de diferentes espacios de la vida cotidiana que han pasado a ser elementos interiorizados, cargados de un valor útil y cercano, pero no de un valor simbólico superior o noble. El trabajo de Manolo Mesa se centra en reconocer ese valor casi patrimonial y básico a todos estos elementos. Convertirlos en modelos de pintura les devuelve el brillo que perdieron con la industrialización. Hablar de jarras de barro no es solo hablar de maneras de conservar la temperatura de los líquidos o de los motivos decorativos que han sido herramienta funcional para transmitir valores populares. Poner un elemento tan cotidiano en el centro del trabajo es una manera de reconocer la trasmisión de saberes, la importancia de nuestros abuelos y abuelas, así como de reivindicar una práctica artística que sirva para identificar el valor de lo que está asumido.
        Hablar del trabajo de Manolo Mesa es imaginar la importancia que puede adquirir encontrar un trozo de barro en un jardín escondido.
 
Juan Pablo Orduñez, MawareS

 

 

 

En lo material existe un significado intrínseco en sí mismo, como los significados que ya le asignamos. Encontramos en ello una conexión con el espacio y los objetos cotidianos, a veces, encontrados, heredados, anónimos y llenos de palabras que evocan un lugar reconocible y cercano. Una realidad visible y sujeta a lo casual del momento, un conjunto armonioso sobre lo sencillo e íntimo.

 

Pero es el acto de mirar, el que arranca de ese sentimiento profundo un motivo aparentemente neutro que sirve para entender su artificio. Enfrentarse a esos objetos inertes, meditar sobre su belleza inherente y pasar una eternidad entregado a su plácida observación, a la espera de percibir ese significado que resiste en ellos.

 

Manolo Mesa 2023

 

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Manolo Mesa. 1989. El Puerto de Santa María  

 

Comienza a pintar graffiti en el 2002. Desde entonces su actividad y evolución se desarrolla en el marco del arte urbano en El Puerto de Santa María hasta su entrada en la Universidad de Bellas artes de Sevilla en el 2008, y comienza su obra más pictóricas sobre las paredes y lienzos.

Licenciado en Bellas artes en la Universidad de Sevilla, estudia el Máster de cerámica en la UPV de Leioa en el País Vasco.

Desde entonces hasta día de hoy, ha vivido en diferentes ciudades como Sevilla, Perugia (Italia), Bilbao, y París.

En 2013 comienza a trabajar con la galería PDP en París, participando en diferentes exposiciones individuales, colectivas y art fairs por París, Londres, Madrid, New York y Los Angeles.

Su intervenciones murales se han dejado ver en países como España, Portugal, Francia, Italia, Inglaterra, Polonia, Bulgaria, Marruecos, Túnez, Argelia, India, Sudáfrica, Alemania, Inglaterra y EE.UU. 

 

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LUGAR:

Centro Cultural y Artístico Alfarería Pedro Mercedes

Avenida de los Alfares 22.

Barrio de San Antón.

Cuenca

 

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*Actividad financiada al 80% por el Fondo Europeo de Desarrollo Regional

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